lunes, 11 de abril de 2011

La Prisión Interior (Elogio del Ateísmo)


Hace algunos años, me encontraba yo explicándole a uno de esos castellanohablantes estrictamente monolingües una curiosa particularidad de la blasfemia en catalán. Y es que, al ser la palabra deu polisémica, dependiendo del contexto lo mismo puede significar dios que puede significar diez. De este modo, cuando alguien dice cagondeu (abreviatura de "me cago en deu") nunca sabes si se está cagando en dios o si se está cagando en diez.

Hasta aquí, lo que no deja de ser una curiosidad de sobremesa para amenizar la hora del cortado de media mañana. Lo que realmente me sorprendió fue la inesperada reacción de mi interlocutor. Se quedó en blanco unos segundos, como intentando procesar el dato y al final dijo: 

- Seguro que lo dicen para hacerse los valientes, pero por dentro están pensando "diez".

Esto lo soltó, todo convencido y sin pestañear, un hombre hecho y derecho de unos 34 años. Me quedé alucinado con la respuesta y estuve dándole vueltas en mi cabeza durante horas. Decir algo así, y decirlo en serio tras haber meditado unos segundos, implica creer que una entidad inteligente está monitorizando tus pensamientos las 24 horas del día y que si te atreves a insultarle en público, o en privado, te castigará por ello. De hecho, y esto es lo que realmente me alucina, el insulto en si es grave, pero no es lo mas grave. Si hicieras como que le insultas en voz alta pero interiormente pensaras en otra cosa, estarías libre de pecado. El pecado, la ofensa, no sería tanto el exabrupto en sí, sino el hecho de haber pensado en ello.

Vamos a repetirlo de nuevo, muy despacio, para captarlo con todos sus matices e implicaciones: el verdadero pecado es pensar en ello. No es la acción ni la omisión, sino el pensamiento. De repente, el término Prisión Mental cobra todo su significado. 

Que las religiones condicionan con estas barreras interiores a sus acólitos desde la mas tierna infancia -precisamente cuando mas vulnerables al maltrato psicológico son las personas- no es nada nuevo. Existen, por ejemplo, límites para tus dudas: Cuestionarse la misma existencia del dios de turno es pecado en la gran mayoría de religiones, del mismo modo que lo es cuestionarse las inexactitudes que hay a patadas en todos los textos a los que se atribuye un carácter sagrado. Permíteme insistir de nuevo en el meollo del asunto; el gran pecado no es tanto poner en duda públicamente, que también, lo que es sagrado, dogma o palabra de dios. El pecado en si está en dudar, en contradecir, en cuestionarse interiormente las cosas, en pensar, en procesar racionalmente la información que te llega por diferentes canales. A esta prisión mental le llaman Fe.

La fe es una perversión del lenguaje. Como cuando se utilizan palabras que tienen connotaciones positivas para encubrir intenciones terribles, la palabra Fe pretende dotar de un halo de supuesta virtud al terrible defecto de no pensar.  

Obviamente, el hecho de tener una determinada fe o de creer en determinadas religiones no hace que las personas dejen de pensar siempre y que por tanto sean, o se vuelvan, imbéciles. El discurso creyente=tonto (y por tanto ateo=listo) es falaz porque los límites que marca esa fe dependerán, entre otras muchas cosas, del grado de lavado de cerebro al que haya sido sometida esa persona. Del mismo modo, los muros y barrotes de la prisión mental se alzan tan solo alrededor de aquellas cosas que son útiles a la hora de crear borregos sumisos y obedientes, dejando los otros recursos del cerebro disponibles. Con esto quiero decir que, por lo general, una persona creyente es perfectamente capaz de pensar o incluso de sobresalir por su inteligencia en muchos ámbitos, siempre y cuando los barrotes de su celda interior se lo permitan. Cuando digo "creyentes" no hablo de personas mas listas o mas tontas, sino de personas que han sido adiestradas para no pensar en ciertas cosas. Me refiero a personas completamente normales en casi todos sus razonamientos que -ante ciertas situaciones o cuando salen a relucir algunos temas- se estrellan contra barreras psicológicas infranqueables.


Es por ello que los creyentes son incapaces de comprender el ateísmo. Suelen definirlo como una religión mas porque, al fin y al cabo, ese es su estado natural de comprensión. Para ellos es normal -incluso natural- creer por fe, de modo que aplican la falacia del punto medio y zanjan el tema con una mal entendida antife contrapuesta a la suya. Contrapuesta, si, pero fe al fin y al cabo. De este modo se reafirman en sus posiciones, dando a entender que tener fe es lo correcto, lo normal y lo natural. Como los habitantes de la caverna de Platón, al no haber salido nunca no conciben como puede ser el mundo fuera de su prisión mental.

Lo que al creyente se le escapa -porque lo suyo es creer, no comprender- es que las personas ateas, independientemente de que éstas hayan sido creyentes o no en etapas anteriores de sus vidas, llegan al ateísmo siempre después de un largo proceso de reflexión interior y tras haber descartado lo que ofrecían las religiones. Se suele decir -muy acertadamente- que si el ateísmo es una religión, la calvicie es un color de pelo. Y es que no se trata de una creencia inversa, ni de negar las creencias de otros, como algunos suelen afirmar, sino de carecer de éstas. No se trata de negar la religión, sino de dejarla atrás tal y como dejaste a las hadas o a los reyes magos en cuanto aprendiste a distinguir la realidad de la ficción. Llegar al ateísmo es romper los barrotes de tu prisión mental y correr libremente por el campo a cielo abierto, sin deidades juzgándote ni obtusos guardianes auditando tus pensamientos.

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